sábado, 7 de junio de 2014

Los postres, flambeado de sonrisas con profusión de besos y reducción de miedos.

Aun se escuchan los ecos de la mañana, el sol mecanografía frases con brazos de fuego, trazos de luz que van encendiendo sonidos incandescentes, calor que abrasa el corazón y contagia la mente. La tarde centellea y el amanecer apagó su fuerza, almas que anhelan amor y otra que hielan las brasas. Azúcar tostado a la sombra de una sonrisa, dulzura que da esencia a un sabor que emerge del alma, macedonia de sensaciones que mezclan sus néctares para conseguir que el sentimiento aflore de sus adentros. Amor acaramelado que alimenta el paladar busca encontrar la medida exacta para no anular su verdadero sabor. Tertulia perfecta entre comensales, la sal encuentra su sitio y aparece el plato definitivo, degustarlo con gusto sin escatimar en tiempo ni intención. El postre espera en su jugo y desaparece el segundo por abdicación de su realidad. Ya la sobremesa enciende la emoción y esconde el dolor, augurando una buena digestión, que retorcía las entrañas. La luna cerca su embrujo, la humedad no están clara, y las lágrimas escampan aderezando la ilusión que roza los labios en un descuido de la razón. El amor se entretiene y tras los postres, flambeado de sonrisas con profusión de besos y reducción de miedos, logra apagar el fuego que encendía la pasión dejando incandescente la llama que el amor provoca, enardecido licor que brota de un sentimiento, sangre que se enriquece con la luz de la ilusión, amor que se desboca y deja en bo
ca ese delicioso sabor.

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